Aspectos relacionados a la clase social influyen en el acceso a la participación en el deporte.
Por: Jennifer García, Valeria Morales y Mariana Navarrete
MacKenzie Moreno asistió a su primera práctica de fútbol a los siete años en el parque McCarren en Brooklyn. Familiarizarse con el balón fue una experiencia nueva, íntima y frustrante. Con tal de acabar el entrenamiento, corría de lado a lado y pateaba el balón en una carrera de obstáculos.
Una semana después de su primera práctica, su papá, Luis Moreno, la obligó a repetir el entrenamiento. Luego, para desarrollar sus habilidades, la inscribió en Chica Girls Academy, un club de fútbol femenino en Queens.
“No quería ir al entrenamiento en lo absoluto”, recuerda Moreno, 20, entre risas. “Lloraba o hacía un berrinche”.
Con el tiempo, Moreno logró destacarse en el fútbol como mediocampista. En el 2021, fue reclutada por el equipo de fútbol de la City University of New York (CUNY) en City College. Ese mismo año, acumuló tres goles y seis asistencias en un partido de conferencia, lo que la llevó a obtener el premio Rookie of the Week, un logro importante como futbolista universitaria.
La oportunidad de sobresalir como deportista a nivel universitario es, en sí, un logro para Moreno y para su familia. Asistir a esta institución de bajo costo le permitió jugar fútbol sin que fuera una carga financiera para sus padres. Pero ella no recibe ninguna remuneración por practicar el deporte, y para sobrevivir, le toca tener más de un trabajo. Los fines de semana, divide su tiempo trabajando en la recepción del gimnasio YMCA en Prospect Park y como entrenadora en un equipo de fútbol infantil.
Según un estudio de Utah State University que analizaba el aspecto económico de los deportes juveniles, en promedio, los padres gastan casi $1,472 al año para que un niño forme parte de un club de fútbol, con unos gastos totales que alcanzan los $5 mil dólares.
Si una familia no tiene altos ingresos, no hay manera de que un menor incurra en una actividad extracurricular como los deportes y esto afecta más a las latinas que a otras estudiantes. A pesar de que la participación femenina en deportes universitarios va en aumento, la presencia latina no crece de la misma manera.
Demografía de las mujeres latinas en el deporte
Desde el 2013, el número de atletas femeninas en la National Collegiate Athletic Association (NCAA) alcanzó más de 70 mil atletas, pero dentro de la cifra, las atletas latinas ocupan un número pequeño. En el 2023, los deportistas universitarios de origen latino ocupaban solo el 7% de los deportes universitarios.
Esto quiere decir que el avance de la igualdad de género no se expande por igual para las latinas. Aunque los latinos representan casi un cuarto de la población en Estados Unidos, las mujeres universitarias en este grupo étnico, solo representan un poco más del cinco por ciento.
Un factor que ha contribuido al crecimiento de las mujeres en los deportes universitarios es la defensa de la igualdad de género a través del Título IX. La medida, establecida en 1972, prohíbe la discriminación basada en el sexo en programas educativos, incluidos los deportes.
Como resultado, aumentaron las oportunidades para las mujeres atletas, al igual que su participación como atletas en deportes universitarios. Sin embargo, ese resultado no se replica en otros grupos étnicos, sino, los estanca, como señala un estudio sobre el impacto del Título IX para las mujeres negras.
“El Título IX ha sido muy maravilloso, pero no está completo”, dijo Jen McGovern, profesora de Monmouth University que investiga la participación de las mujeres latinas en deportes universitarios. “Particularmente, no ha podido hacer mucho para ayudar a diversificar los deportes de mujeres”
Muchas latinas crecen dentro de familias de bajos ingresos y estudian en distritos escolares con recursos limitados, lo que las hace menos propensas a oportunidades atléticas que se ven con más frecuencia en los distritos adinerados y predominantemente blancos.
Dificultades socioeconómicas
Stacy Avendano, estudiante de tercer año y defensa central del equipo de fútbol de Mercy College, una institución División II, dice que se percató de las disparidades cuando empezó a jugar fútbol en clubes privados.
“Cuando juego localmente en Queens, suelo jugar con hispanos y colombianos”, explicó Avendano. “Pero si hablamos del nivel más alto, por ejemplo, los clubes en los que juego, o incluso a nivel universitario, la mayoría de las jugadoras son blancas”.
La experiencia de Avendano, que se traduce a la incursión de la niñez y adolescencia latina en los deportes, es examinada por estudiantes doctorales de sociología y exatletas colegiales como Stacey Flores en la Universidad Estatal de Arizona.
“El dinero es un factor clave,” dice Flores. Los equipos de universidades prestigiosas buscan a atletas de alto calibre, que típicamente juegan en ligas o conferencias de alto nivel, en zonas con más recursos que el resto, dijo la estudiante de Arizona.
Flores destaca que las ligas menores carecen de inversión financiera que ayude al desarrollo en zonas predominantemente latinas. Esto resulta en una menor representación en estas universidades.
En adición, la investigadora explica que típicamente las universidades prestigiosas reclutan a atletas que no sean de estos niveles de ligas menores. Aunque los deportistas tengan talento, estas instituciones no están dispuestas a invertir en ellos económicamente.
El pago inicial para una temporada de un club de fútbol como el New York City Football Club (NYCFC), es de $405 sin incluir el costo del uniforme y fue todo lo que recibió por toda la temporada. Avendano jugó dos años para el equipo.
Según la Oficina del Contralor de la ciudad de Nueva York, más del 14% de los neoyorquinos viven por debajo del nivel de pobreza, y los índices son más del doble para los neoyorquinos latinos que para los blancos.
Faltas en el proceso de reclutamiento
Avendano soñaba con unirse al equipo de fútbol femenino de Penn State, una institución División I, el nivel atlético más competitivo de la NCAA, pero no lo logró . La matrícula de Mercy College cuesta más de $20 mil dólares para estudiantes residentes en Nueva York pero en Penn State, la matrícula de Avendano sería de $40 mil al año En Penn State, le ofrecieron menos de la mitad de la ayuda financiera, y al final decidió que no quería endeudarse para estudiar.
“Me dolió”, dijo Avendano. “Honestamente, soy muy feliz en Mercy. Me encantan las chicas y creo que nuestros estilos de juego se complementan muy bien”. En el 2022, el equipo de fútbol femenino de Mercy College ganó el East Coast Conference.
Avendano atribuye su reclutamiento a Mercy College a los entrenadores del club NYCFC que le ayudaron con el proceso. A pesar de que obtuvo reconocimientos en la escuela secundaria St. Francis Prep, dice que sus entrenadores no la ayudaron al momento de solicitar un lugar en un equipo universitario.
En el caso del fútbol femenino, 377,838 mujeres juegan a nivel de secundaria, pero solo el 7.9% de esa cantidad serán reclutadas para jugar a nivel universitario, según la NCAA.
Avendano forma parte del 2.2% que fueron reclutadas de la escuela secundaria a una escuela División II. Al momento, no existen datos que comparen los datos demográficos de raza y género.
Lo mismo le ocurrió a Moreno. Originalmente, aspiraba a un programa de fútbol División I, pero optó por la opción más segura económicamente en una institución División III. Aún así, su sueño continúa siendo ser una jugadora de fútbol profesional en el futuro. Mientras busca vías para lograr su meta fuera del ambiente colegial, juega en una liga de mujeres los fines de semana.
“Hay muchas mujeres mayores que juegan [en la liga] y son buenas. Pero las miro y pienso: ‘No quiero estar aquí cuando sea mayor’”, dice Moreno. “Si tengo talento, no quiero quedarme en el mismo lugar porque el fútbol solo será un recuerdo”.