Llegó a EEUU sin hablar inglés, con un hijo en brazos y un esposo que no la apoyaba para que trabajara; hoy es la líder del comité de mujeres del sindicato de trabajadores del transporte en Nueva York y ayuda a que otras puedan seguir su ejemplo para salir adelante

iselle Martínez en las oficinas del local 100 de TWU, el sindicato de los trabajadores del transporte de la ciudad de Nueva York. Foto: Francisco Uranga

Por Francisco Uranga

Cuando Giselle Martínez decidió postularse para un empleo como conductora de autobús, recibió una vez más el desaliento de su esposo:

— Tú no vas a pasar el examen.

Diez años después, Martínez asumió como coordinadora del Comité de Mujeres Trabajadoras y Asistencia Familiar en el local 100 del TWU, el sindicato de trabajadores del transporte. A sus 38 años, todavía es conductora de autobuses en la ciudad de Nueva York.

Martínez buscó trabajo en el sector atraída por los salarios y las condiciones laborales. Necesitaba un empleo mejor porque no ganaba lo suficiente. Trabajaba como asistente de una maestra en una escuela pública y su esposo le reclamaba que aportara más para los gastos de la familia. Incluso este reclamo era un avance. Seis años antes, él se oponía a que ella trabajara.

Había pocas mujeres en la industria en 2016, cuando Martínez ingresó a la Autoridad Metropolitana del Transporte (MTA, por sus siglas en inglés). Y todavía son pocas: uno de cada cinco trabajadores del sector es mujer, según datos de 2021 de la Oficina del Censo de EEUU. Martínez notó pronto que el sector del transporte no estaba preparado para una mayor presencia de mujeres.

Ella tenía una hija pequeña y descubrió que en su trabajo no había salas de lactancia, que son obligatorias para todos los empleadores en el Estado de Nueva York.

“Cuando lo planteé, me dijeron que no había tratamientos especiales para nadie”, recuerda Martínez. “Pero es lo que corresponde por ley, no estaba pidiendo favores”.

Una experiencia similar atravesó Cristina Hernández cuando fue madre. Hernández es conductora del metro y número dos del comité que lidera Martínez. Juntas están luchando para dar mayor visibilidad a los derechos de las mujeres en el sector y también dentro del sindicato.

“Antes de que Giselle asumiera el cargo, ésta era como una oficina fantasma”, dice Ingrid Rodríguez, conductora de autobús y miembro del Comité de Mujeres Trabajadoras.

Martínez y su familia llegaron a Nueva York en 2006 desde Santo Domingo, República Dominicana. Tenía una hija de nueve meses. Al poco tiempo, quedó embarazada de un varón. Dedicaba todo el tiempo a sus hijos. Cuando los niños crecieron, salió a buscar empleo.

“Era frustrante, sentía que todas las puertas se me cerraban”, recuerda Martínez. “No sabía el idioma y no tenía experiencia en el país”.

Su primer trabajo fue como vendedora en una mueblería y duró cinco meses. Tuvo que renunciar porque no lograba congeniar los horarios laborales con los familiares. Y tenía que soportar a su marido recriminarle que ganaba apenas suficiente para cubrir los gastos de la cuidadora de los niños.

El esposo de Martínez trabajaba como mecánico en la MTA. Él avisaba a familiares y amigos cada vez que había una oportunidad laboral en la empresa, pero nunca a Martínez. Un día, ella revisó los papeles que su esposo había traído a casa y encontró información sobre una búsqueda. Envió los documentos, la convocaron a un examen que aprobó y quedó en lista de espera. Pasaron tres años hasta que la contrataron, durante los cuales continuó como asistente en la escuela.

Como conductora de autobuses ganaba, al comienzo, casi $50.000 al año, el doble que en su empleo anterior. “Fue un cambio del cielo a la tierra”, dice Martínez.

Ahora cobra $38 por hora, que es el tope máximo para su posición. Pero la mejora en el ingreso vino acompañada de problemas con la jornada laboral.

“El horario de tránsito me estaba matando”, cuenta Martínez. “No sabía si iba a lograr quedarme en la posición”. Sus primeras asignaciones fueron en Staten Island y en turno noche, un horario que le dificultaba el cuidado de sus hijos.

Fue la primera vez que involucró al sindicato para que la ayudara en un reclamo. Consiguió un cambio de horario y de lugar de trabajo, más cerca de su casa en Brooklyn.

Giselle Martínez tras el volante de una autobús de la MTA. Foto: Giselle Martínez

El ascenso rápido de Martínez hacia una posición de liderazgo en el sindicato generó críticas. “Muchas personas me han apuntado con el dedo, se preguntan de dónde salí, porque no saben mi historia”, dice Martínez.

Un vínculo clave en su carrera como dirigente sindical fue Richard Davis, el actual presidente del local 100 de TWU. Se conocieron en un evento por el Día de la Madre en el que Martínez presentó su libro autobiográfico titulado La dama del milagro.

Porque Martínez es una persona creyente. Cree en Dios y cree también está viva por un milagro.

En 2018 nació su hijo más pequeño, Harvey, el cuarto. Durante el parto, se rompió una arteria del bazo de Martínez y tuvieron que extirparle el bazo y parte del páncreas. Martínez estuvo cinco días en coma y los médicos le daban bajas expectativas de vida.

“Es uno en un millón de casos”, dijo a NY1 Jonathan Herman, uno de los médicos que atendió a Martínez en el hospital Long Island Jewish Medical Center.

Pero Martínez no solo se recuperó, sino que comenzó una etapa de logros: se graduó en la universidad, publicó un libro y llegó a la conducción del sindicato.

La internación fue una bisagra en la vida de Martínez, según su prima Carolina Tyson. “Cambió, se puso más fuerte”, dice Tyson. “Ella siempre había sido así, pero esto le dio más fuerza para salir de la situación en la que estaba en su matrimonio”.

Para compartir los aprendizajes de sus experiencias de vida, Martínez creó un podcast destinado a mujeres. En algún momento sintió que había una contradicción entre el mensaje que daba a sus oyentes y su realidad cotidiana. Para ese entonces, el vínculo con su esposo se había deteriorado de manera irremediable.

“Sentía que no estaba siendo honesta”, dice Martínez. “No podía tener una doble vara, decir cómo debían empoderarse las mujeres y vivir bajo el yugo de una persona que me maltrataba psicológica, verbalmente y físicamente”.

Hace dos años comenzó el proceso de divorcio. Sus redes sociales muestran unos primeros indicios: está registrada como Giselle Acevedo Fuertes. Es su nombre de soltera.