En busca de una mejor estabilidad económica, la ecuatoriana Miryam Paca salió de su país lista para construir una vida en los Estados Unidos.

Miryam Paca trepada en un andamio en su trabajo. Foto: Miryam Paca

Por Arvelisse Bonilla Ramos

El primer día que Miryam Paca se presentó a trabajar en un sitio de construcción llevaba las uñas largas y pintadas.

Paca ha trabajado mayormente como manicurista desde que llegó de Ecuador y dice que el cambio ha sido un giro de 180 grados. Ese día lo recuerda como el día que perdió una uña de raíz y el comienzo de su nueva profesión.

Paca creció en la región central montañosa de Ecuador donde yace el volcán Chimborazo. Cuando inició su viaje a Norteamérica nunca imaginó la serie de eventos que se desataron y del cual no tuvo control, incluyendo su secuestro temporero mientras estuvo situada en México.

Cuando llegó a Nueva York, trabajó primero como manicurista y luego como vendedora pero su mayor logro tras llegar a los EE. UU. fue el de convertirse en madre.

“Mi hija es uno de los motores que a mí me inspira levantarme cada mañana a trabajar para poder darle una estabilidad económica”. Paca también le atribuye peso en su decisión a su familia en Ecuador.

Paca es una de las tantas mujeres latinas que han entrado en la industria de la construcción en los últimos años que tradicionalmente ha sido dominada por hombres. La presencia de mujeres en posiciones dentro de la industria aumentó un 54% entre el 2016 y el 2021. Más de 5,500 de latinas trabajaban en la construcción en el 2021 en la ciudad de Nueva York según la Oficina del Censo de EEUU.

Pensar en su familia, le hace sentir melancolía y reflexiona en los sacrificios que otros latinoamericanos hacen para llegar a el país norteamericano. Paca, de 31 años de edad, es la primera de tres hijos y la única que ha hecho el viaje desde la sierra ecuatoriana hasta la ciudad de Nueva York.

Paca salió de Ecuador en el 2013 con la promesa de cumplir el sueño americano por lo qu inicialmente tenía un costo de $16,000. La distancia entre Nueva York y Ecuador es de 4,747 kilómetros. La primera parada fue Honduras, a donde Paca llegó en avión — 2,082 kilómetros menos de viaje. Allí llegó a un hotel, antes de cruzar la frontera entre Honduras y Guatemala. El trayecto fue corto según ella.

Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde el 1990 más de 5 millones de ecuatorianos han emigrado del país. Del total, un promedio de 51.8% han sido mujeres.

Durante el camino el traficante se percató que Paca era de Ecuador y no de Guatemala y le exigió más dinero del que Paca y su familia habían acordado en Ecuador. La familia de Paca ya había pagado $8,000, el resto lo pagarían cuando ella cruzara.

El traficante dejó a Paca con otra persona quien la llevó a una casa en construcción abandonada. “Creo que pasé como dos semanas, me daban de comer una vez al día”. Paca durmió en el piso con una frisa. “Yo estaba en el poder de esa persona”.

Cuando logra comunicarse con su familia, hubo confusión y los padres de Paca entendieron que ya estaba en tierras norteamericanas y completaron el proceso de pago.

“Me dejó un lunes en ese motel, me acuerdo. Vino a dejarme comida martes, miércoles, jueves. Mis padres para el jueves ya habían depositado todo el dinero y nunca más supe yo de esa persona. Me dejaron ahí botada en ese motel en Juárez”. Paca estaba ahora a 3,504 kilómetros de distancia de Nueva York.

Tras acordar un pago extra con el coyote original que Paca y su familia hicieron la transacción, ella logra comenzar a cruzar la frontera. Sin embargo, luego de 3 días y dos noches, “me agarró la migración”. Paca fue detenida junto a un grupo de 14 hombres y dos mujeres, incluyéndola.

Paca recuerda el desierto esos días que cruzó como fríos y tristes. Con una maleta en mano, durmiendo con bolsas de plástico y también un galón de agua. “Mucha gente pierde la vida tratando de venir a este país”. Paca tuvo que pagar $10,000 adicionales entre fianza y un abogado que su familia le consiguió. Luego de dos meses detenida por inmigración, Paca logra salir libre.

En su primer trabajo como manicurista en Nueva York, el cual consiguió a través de una agencia de empleos, ganaba $30 diarios. Trabajaba de 10 de la mañana hasta las ocho de la noche. La realidad del inmigrante, según Paca es que muchas personas que vienen a EE. UU. solo se dedican a trabajar.

Tras varios años en la profesión y aprendiendo con cada manicura a perfeccionar su técnica fue encontrando clientas que Paca consideraba generosas. “Tenía clientas muy buenas”. Pero la pandemia redujo significativamente sus ingresos. “Yo venía a veces y hacía dos o tres clientas al día”. Además de perder el volumen de clientes, el salón de uñas comenzó a cortar sus horas de trabajo.

Es aquí cuando surge la posibilidad de hacer un cambio de carrera cuando una prima de su esposo Byron Lluay, es quien le comenta sobre trabajos disponibles en la construcción.

Los horarios y la paga en la construcción le parecieron ideales y entró a la industria “echándole muchas ganas”. Tras conseguir las certificaciones adecuadas comenzó a trabajar ganándose $18.75 la hora. Paca quería además pasar más tiempo con su esposo e hija.

‘Selfie’ de Miryam Paca en su trabajo. Foto: Miryam Paca.

Su esposo, quien también trabaja en la construcción, le advirtió de la demanda física del trabajo. Sin embargo, terminó apoyando la decisión de Paca. Ella trabaja mayormente en los andamios por la gran demanda que hay en esa área de la industria.

Su prima Tania Estefanía Paca, quien lleva alrededor de 8 meses en Nueva York y también trabaja en la construcción, considera a Paca como una madre y también su “maestra”. “Ella me enseña cosas que sabe hacer”, dice Tania Estefanía Paca, de 21 años.

La trayectoria de Paca sirvió de inspiración para Tania Estefanía. Ella también quería cumplir su sueño de venir a EE. UU. a hacer realidad sus metas de poder ayudar a su familia económicamente. Y aunque el trabajo ha tenido altas y bajas aquí, el apoyo de Paca ha sido genuino. “Ella se preocupa por mí, me enseña y me aconseja sobre las cosas de la vida”.

La construcción paga uno de los salarios más elevados en la ciudad. Una trabajadora latina puede ganar un salario promedio de $49,000 al año.

Paca se ha continuado certificando en la carrera en el corto tiempo que lleva para poder realizar distintas labores en la construcción. Con un año en la industria ha logrado subir su ingreso a $25.00 la hora. Sin perder el ánimo expresa que si hay días que son agotadores. “Como mujer, le puedo decir que hay días en que uno se cansa demasiado, pero el trabajo lo amerita”.

Miryam Paca junto a su esposo Byron Lluay y su hija Sherlyn durante un pasadía familiar. Foto: Miryam Paca.

En esos días, piensa en su hija y la oportunidad que tiene ahora de pasar más tiempo con ella. “Siempre llegaba tarde. Mi niña ya estaba dormida”.

Paca, quien lleva en Nueva York 10 años, aún cree en el sueño americano. Le gustaría seguir trabajando en la industria y no planea volver a ser manicurista. Pretende seguir en la industria de la construcción para subir de puesto.

“Se puede decir que este país es para cumplir y hacer los sueños realidad”, dice Paca quien encuentra consuelo en saber que puede proveer por su familia aquí y en Ecuador. “¿Para qué más uno emigró a un país tan lejano?”