Para Irma Rojas, una migrante viviendo en New York, enviar el cuerpo de su hermano a México tardó alrededor de un mes y medio, costó unos $7.800 dólares, y requirió el apoyo incondicional de su comunidad. “Dios nos hace polvo. Entonces yo no tengo derecho a que mi hermanito, hacerlo yo de polvo”, dice.

Irma Rojas en un parque de New Brunswick, New Jersey. Foto: Dashiell Allen

Por Dashiell Allen

Irma Rojas jamás se va a olvidar del viernes, 3 de febrero del 2023. Ese día comenzó temprano, a las cuatro de la mañana, cuando ella fue al gimnasio. Cuando regresó a casa, sus hijos la recibieron con la noticia de que su hermano, Orlando Rojas, había fallecido en su sueño.

Los siguientes dos meses fueron borrosos para la señora Rojas, 46., No sólo le tocó vivir con la angustia de perder un ser querido, sino entrar en el complicado proceso de repatriar su cuerpo a la Ciudad de México, el lugar donde ambos nacieron.

Rojas, quien vive en New Brunswick, New Jersey desde hace 20 años, decidió que su madre tenía que ver a su hermano una última vez y no tendría otra opción más que enviar el cuerpo a México para ser enterrado.

“Dios nos hace polvo. Entonces yo no tengo derecho a que mi hermanito, hacerlo yo de polvo”, dice. Pero para Rojas, lo más importante era que su madre viera el cuerpo entero de su hijo por última vez.

Enviar el cuerpo de su hermano a México tardó alrededor de un mes y medio, costó unos $7.800 dólares, y requirió el apoyo incondicional de su comunidad.

Según Rojas su hermano, de 56, quien era diabético, falleció en su casa tras salir de un hospital local.

Rojas es una de los más de cinco mil migrantes mexicanos que deciden repatriar los restos de sus familiares cada año.

Orlando Rojas. Foto: Irma Rojas

Un largo y costoso proceso

Rojas nunca había realizado el tramite. ”No tenía noción de nada”, dice.

El día en que su hermano murió, el cuerpo fue trasladado a una funeraria. El consulado mexicano ofrece ayuda y orientación para las personas que quieran repatriar a sus seres queridos, según dice su sitio web. Pero cuando Rojas se presentó dice que nadie le quiso ayudar. Según Rojas, oficiales del consulado le dijeron a Rojas que para calificar y recibir ayuda económica, tendría que haber ido primero a tres funerarias para ver cuál ofrecía el precio más económico.

“Yo no podía andar trasladando a mi hermanito de funeraria a funeraria”, dice.

El Consulado de México en Nueva York proporcionó a este medio en una declaración no atribuida que “la solicitud inicial de apoyo para el traslado de restos de un connacional en New Brunswick NJ, fue iniciada en la Dirección General de Protección Consular y Planeación Estratégica de la Ciudad de México, donde se brindó la asesoría correspondiente a la familia del fallecido.”

Careciendo de suficiente dinero, a lo largo de semanas, la comunidad latina en New Brunswick puso su granito de arena–restaurantes y negocios locales pusieron cajas con una foto de Orlando Rojos, pidiendo donaciones a sus clientes.

Francisco Valentín, un activista local quien fundó la página en Facebook Fundación Mil Sonrisas, grabó un video con Irma, pidiéndole a sus seguidores de enviar dinero a través de la aplicación bancaria Zelle o por una campaña de recaudación en la plataforma GoFundMe.

Aún así, tuvo que pedir prestado $2.400 de una amiga para cubrir los gastos.

Sin embargo, el proceso no terminó una vez que consiguieron el dinero. Una vez que el cuerpo de su hermano llegó a México, permaneció en aduanas durante dos semanas, debido a la carencia de documentos requeridos..

Viviendo con el dolor

“Mi hermanito sólo me tenía a mí y yo sólo lo tenía él”, afirma Rojas. “Yo estoy sola aquí”.

Antes de la muerte de su hermano, Rojas se consideraba una persona alegre, con ganas de festejar, pero los últimos meses han sido difíciles.

“Yo no quiero nada”, afirma. “No quiero contestar mensajes. No le contesto a nadie las llamadas. Hasta me daba miedo al principio subir a mi casa.”.

Rojas dice que el estrés del proceso y lidiar con el duelo la llevaron a dejar su trabajo, procesando paquetes en una bodega..

“A uno se le cierra el mundo, no sabe qué hacer”, dice Karina Martinez, amiga de Rojas, quien la llama a diario para consolarla, y la traía comida durante su luto.

Martinez conoció a su amiga hace ocho años y trabajaba con su hermano en un almacén. “Es una persona que usted le pide un favor [y] él nunca le decía que no”, explica.

“Él era bien tranquilo”, recuerda Rojas de su hermano. “Él no fumaba, no tomaba, no le gustaban las fiestas. Él solo era del trabajo para su casa”.

Roas lo trajo a vivir con ella hace diez años, después de que él recibió amenazas en su trabajo como taxista en la Ciudad de México. Pero siempre deseaba regresar, y tenía planes de volver a ver a sus hijos y hermanos en abril de éste año.

Para Analy Rojas fue muy duro perder a su padre. Orlando la apoyaba enviando remesas, y hablaban casi todos los días por videollamada. Tenían más de diez años de no verse en persona.

Analy se sintió “bien desesperada” con el largo proceso de repatriación, recuerda.

Sin embargo, al final, cuando pudo ver y enterrar el cuerpo, recuerda, “se cerró el ataúd y para mí fue algo ya como que más tranquila”. Al ver a su papá por última vez, después de tantos años y tanto incertidumbre, le dio consuelo.

“Ya fue mi tranquilidad, mi poder dormir”, recuerda.